Con escasas medidas de seguridad y en medio de conflictos por la propiedad de tierras, la minería de oro artesanal subsiste en la localidad de Abangares, donde la fiebre del oro se mantiene vigente desde hace décadas.
Extensas y duras jornadas en las minas de las montañas de Abangares, en la provincia de Guanacaste, son el pan de cada día para unos 800 mineros conocidos como “coligalleros”, que en muchas ocasiones arriesgan su integridad física en busca de unos gramos de oro.
El nuestro país se permite este tipo de actividad, siempre que se respeten medidas ambientales y que los mineros estén asociados en una cooperativa. En la actualidad existen tres de ellas en la zona.
El proceso para hallar el oro no es sencillo, pues no se trata de cavar o romper un pared y encontrar una pepita de oro. El oro está en cuarzo y hay que sacarlo en bruto, pasarlo por el quebrador para disminuir el tamaño de la piedra, luego una plancha de hierro para triturar y sacar partículas por medio de fricción. Luego viene el proceso con mercurio que atrapa el oro con algunas impurezas.
Por último viene el proceso de lavado para remover el mercurio y finalmente con fuego se desprenden los residuos, que da como resultado final el oro.
La historia de las minas de oro en Abangares data de 1884, cuando fueron descubiertas por Juan Alvarado y desde entonces han sido explotadas por empresas o personas extranjeras, pero en las últimas décadas el Gobierno solo ha otorgado permisos a los mineros artesanales organizados en cooperativas.
Sin embargo, muchos de ellos no confían en las cooperativas y su forma de trabajar, por lo que siguen explotando oro como tradicionalmente lo han hecho, por sus propios medios y bajos sus propios códigos.